En esta noche de soledades, la suave música invade mis sentidos, acaricia mis oídos y como las olas que besan la arena va penetrando por mi interior, cierro los ojos y me dejo llevar, esas notas que caprichosas revolotean mis emociones entre lluvia sin llover y sueños suspendidos en el aire.
Llenando espacios vacíos que me elevan y transportan por caminos sin tiempo, nubes anubladas, ríos encauzados de eternidades.
Una nota que escapo solitaria, juega y se enreda con el humo de mi cigarrillo... La observo y sonrío..., Ella saltarina se acerca y se aleja, él va envolviéndola sin que se dé cuenta y a cada movimiento el humo se acerca y la roza.
La juguetona nota intenta escapar y vibra, se ríe, lo mira con picardía, creyendo que no la atrapara.
Él, efímero elemento, se alimenta de su cómplice amigo, el aire, para volver a atraparla una y otra vez... más.
De pronto… la melodía se vuelve lenta y serena, haciéndola desprenderse de su alegría.
Interrumpe su baile una lágrima fugaz… que navegaba por mi rostro silenciosa y contenida que se libera cayendo sobre la mesa, salpicando con fuerza y rompiendo la armonía con su acto de presencia, en ese momento sacudo la cabeza y vuelvo a mi realidad.
Apago mi cigarrillo con rabia dejando de escuchar la música... y a lo lejos... observo como la nota y el humo desaparecen en un abrazo... danzando, en un tiempo sin horas, aliándose con la oscuridad...
Esa música que acunó esta fantasía ahora me recuerda que la soledad... puede ser compartida… por una nota, una lágrima y un suspiro de humo, pero que a fin de cuentas sigue siendo soledad en un tiempo de espera, donde la melodía se apropió por unos instantes de mis sentidos y emociones, aliándose con las endorfinas de mi cerebro, para regalarme una esperanza a esta vida sin vida.
En cualquier momento y en cualquier lugar.